por Moisés Cayetano Rosado
Para gritar
se escogió tu guitarra
y a ese pueblo camino de la mar,
al borde de la dura
planicie alentejana,
sol naciente
rompiendo con la escarcha y los cristales
brumosos de la noche prolongada,
de la noche extendida como cieno, losa infame,
oprobio y calentura, tiranía.
“Grândola, vila morena,
terra da fraternidade”.
Tierno cantor de rama empecinada,
recio cantor de flores en las manos,
legendario juglar rico, repleto
de sueños, de utopía,
suave amor
de gotas de rocío
temblando en los claveles.
“O povo é quem mais ordena
dentro de ti, o, cidade!”.
Dentro de ti, corazón
abierto como playa
de niños, gaviotas, inquietas golondrinas.
Entregada guitarra, generosa
voz
sin condiciones
para aquél que reparte las espigas,
descorre las cortinas empolvadas, hace fuego
para manos temblantes, ateridas.
“Em cada esquina um amigo,
em cada rostro igualdade”, en cada mano
la esperanza sangrante de claveles
rebosantes de lágrimas, repletos
de llantos de alegría.
De abrazos aplazados.
Y allí,
como una antigua, legendaria,
heredada promesa,
“a sombra de uma azinheira
que ya não sabia idade
jurei ter por companheira
Grândola tua vontade”.
Sacrificado pueblo, lacerados hijos
sacados a luchar con la locura,
juró el cantor, juraron todos,
cortar con las cadenas,
cortar con la acerada
mirada del rencor
y buscar
el calor de las manos, los brazos fraternales,
a un lado y otro
del mar teñido con la sangre,
de los mares teñidos con el odio.
La voz, aquella voz,
que muchos después
-¡ay!- ignoraron,
fue la clave del nuevo despertar,
el arma sin pólvora ni plomo,
la luz de Abril, gozoso
compás de la alborada.
(in SIEMPRE ABRIL)